Monday, November 05, 2007

Articles (1)

Posts que programo amb antelació i que dedicaré bàsicament a unr ecull de coses que tenia pendents de acabar de llegir. Ja de pas també em faré l'interessant.
Resulta que Enric Gonzalez ens ha deixat orfes de les seves Historias del Calcio, però almenys continuarà parlant de temes interessants, i per comprovar-ho el plat fort del passat diumenge.
Tot i que sembli extrany, noms com Sciascia, Orlando, Bagarella están més relacionats amb el blog del que aparenten, sobretot si recordeu un nom: Peter Robb (1, 2, 3, 4) Ningú ha tingut curiositat encara? Continua disponile a la biblioteca...


LA DUDA OFENDE

El diálogo se desarrolla durante un mítin en un pueblo del interior de Sicilia, a principios de 1974. Un político intenta convencer al escaso público de que vote "sí" al divorcio en el próximo referéndum. Una vieja en primera fila niega continuamente con la cabeza. El político decide dirigirse a ella, de forma personal, y le plantea casos concretos. "Si la esposa traiciona al marido, ¿no procede el divorcio?". "No", responde la vieja, "al hoyo". "¿Y si es el marido quien traiciona, y además tiene una segunda familia". La vieja, impertérrita: "Al hoyo". "¿Y si la mujer descubre que se ha casado con un hombre impotente?". "Ha habido engaño: al hoyo". El resto del público calla y escucha, mientras el político esgrime situaciones cada vez más truculentas y la vieja se mantiene firme en su respuesta: "Al hoyo". Por fin, el político apela a lo más terrible: el hombre comete incesto. ¿No se justifica el divorcio? La vieja no duda un segundo: "En ese caso hay que celebrar una gran fiesta en casa, para que nadie sospeche lo que ocurre. Después, al hoyo".

La escena forma parte de Negro sobre negro, un libro que Leonardo Sciascia publicó en 1979, diez años antes de morir. Sciascia, siciliano, fue una de las conciencias más sólidas de Italia. Nació en una isla bella y severa, ajena al progreso, martirizada por la historia y la mafia, despreciada por el mundo. Sciascia vivió entre su pueblo, Racalmuto, y Palermo, donde se trasladó para no separarse de sus hijas. En ciertas cosas (el apego por lo rural, el escepticismo, el pitillo pegado a los labios), Leonardo Sciascia y Josep Pla fueron personajes parecidos. Sciascia era más valiente y menos cínico.

El escritor siciliano se suicidó socialmente el 10 de enero de 1987 con un artículo publicado en la primera página del Corriere della Sera. Sabía que las verdades inmutables son inmutables, al menos mientras duran. Sabía que es inútil andarse con matices frente a quienes poseen la verdad, la razón y el respaldo poderoso de la Historia (o de Dios, depende del bando). Había conocido a muchas viejas como la del mítin, con una respuesta válida para cualquier pregunta: "Al hoyo". Y conocía la ignorancia general sobre la mafia, un fenómeno de gran utilidad para numerosas generaciones de políticos italianos.

Pero Sciascia publicó su artículo, Los profesionales de la antimafia, y acusó a los políticos y jueces más venerados del momento, como Leoluca Orlando, alcalde de Palermo, y Paolo Borsellino, magistrado, asesinado años después por la mafia, de utilizar una causa noble, el renacimiento moral de Sicilia, para beneficio de sus carreras. La lucha contra la mafia, decía Sciascia, había dejado de ser un fin y era sólo un medio para alcanzar prestigio, fortuna y posiciones de poder.

El mundo se le echó encima. Quizá no le importó. Estaba ya muy enfermo. Dedicaba su tiempo a fantasear sobre la muerte y, en términos más concretos, sobre su epitafio. Buscaba algo "menos personal" y "más ameno" que las frases habituales. Lo encontró en un texto de Auguste de Villiers de L'Isle-Adam, uno de sus amados franceses decimonónicos, legitimista, reaccionario, simbolista, asombrosamente moderno. "Ce ne ricorderemo, di questo pianeta". Nos acordaremos de este planeta. Ese es el epitafio sobre la tumba de Sciascia.

Han pasado casi 20 años. Mafia y antimafia siguen siendo asuntos prósperos. Y la verdad incómoda de Leonardo Sciascia se ha visto refrendada por el tiempo. Uno de los acusados de su artículo, Leoluca Orlando, le da la razón. También se la da la propia viuda de Borsellino.

Suele decirse que la primera víctima de la guerra es la verdad. Algo similar ocurre con el terrorismo, la mafia o las emergencias planetarias.

Ahora se considera de muy mal gusto cuestionar la "verdad incómoda" de Al Gore, el profeta del cambio climático. Muchos indicios apuntan a que, en efecto, las temperaturas suben. Bastantes indicios señalan la actividad humana como responsable del fenómeno. Resulta deshonesto, sin embargo, hablar de certezas. Y es aún más deshonesto descalificar a quien no se muestra convencido.

Mariano Rajoy tiene todo el derecho a no creer en el apocalipsis anunciado por la nueva fe, aunque se equivoque. Tiene toda la razón cuando dice que la escasez de agua es un problema más urgente que el cambio climático, aunque los alcaldes de su partido, y de otros, construyan campos de golf y megalópolis costeras. Y tiene hasta algo de simpático cuando rectifica, y pide excusas por meter a su primo en un lío.

La duda no debe ofender. La verdad, tampoco. El fanatismo, sí. Mucho.

ENRIC GONZÁLEZ
El País 04/11/2007
Negro sobre negro. Leonardo Sciascia. Editorial Global Rhythm Press. 2007.

1 comment:

Pons said...

Posar una data futura no vol dir que el post es publicarà en aquell dia. Ho sento xD