La gente más rica de Potalovo son los niños. Conducen tractores y excavadoras, poseen casas, navegan en barcos. El hecho que todas estas posesiones sean restos de un naufragio ni importa. Son un simulacro del mundo adulto. Así que los niños se instalan en casas incendiadas, o trepan ea las cabinas de tractores y recorren la tundra sobre ruedas desaparecidas. A veces ocupan el puente del varado y abandonado carguero y ponen rumbo al Mar Ártico. Sólo cuando dejan de ser niños se dan cuenta de que están viviendo en un mundo en ruinas.
A los doce o trece años de edad, dijo Nikolai, empiezan a beber.
(...)
En una ventana de la sala de pediatría veo de pronto a un hombre que me está mirando. Tiene el pelo alborotado alrededor de un rostro quemado por el viento. Pienso por un segundo que se trata de otro borracho de la aldea. Luego me doy cuenta de que no es una ventana ni mucho menos. Es un espejo.
Hace tres semanas que no me veo.
(...)
Han perdido sus tradiciones, dijo el médico, y ni siquiera en la casa del pastor octagenario encontré tótems paganos. Se habían apagado los recuerdos de la gente de sus espíritus de la naturaleza, y de la vieja e inaccesible divinidad entsy cuyo hijo era el dios de la muerte. Nadie conocía ya las epopeyas orales ni al héroe Itje, padre del oso y enemigo jurado de Cristo. Los lugares donde se hacíen sacrificios habían quedado atrás, en la tundra de los renos.
Sólo en el cementerio (el último bastión del conservadurismo) puede haber mantenido vivo el pasado, pensé, la importancia de la muerte. La mañana de mi partida lo descubrí en una ladera fuera de la aldea, oculto entre abedules plateados. Las cruces pintadas y las coronas empapadas eran lo que había esperado: un pueblo superficialmente cristianizado. Y unas cuantas lápidas tenían la estrella comunista.
Pero cuando subí más encontré otras tumbas donde había cornamentas descoloridas. Los trineos-féretros descansaban al lado ritualmente rotos; y los cráneos de reno hacían muecas desde los árboles. En casi todas las tumbas (eso lo veo ahora) las ofrendas de pucheros y cuencos esmaltados están boca abajo y rotos o rajados. En la tumbe de una niña había una muñeca desmembrada.
Cuando me despedí del viejo pastor, le pregunté por esto y era lo que había pensado. Las ofrendas, dijo, estaban rotas porque el otro mundo es lo contrario a éste. Allí los ríso corren hacia atrás desde el mar. Las cosas que están cabeza abajo aquí están allí derechas, y viceversa. Todo lo entero está roto y todo lo roto está allí entero. Si no los muertos no lo encontrarían.
En ese mundo invertido, pensé, Potalovo debe de ser el paraíso.
En Siberia
Colin Thubron
Friday, May 01, 2009
Paradisos terrenals (II)
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1 comment:
Continuu pensant que NO aniré de vacances a Siberia.
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